Nuestro Hombre En Cologne

 

 

Thomas Greuel

 

La Noche de los cristales rotos /Kristallnacht/Reichsprogromnacht

 (Traducción: Mercedes Camps Herrero)

  

La noche del nueve al diez de noviembre de 1998 marca el sexagésimo aniversario de un suceso que puede ser mayormente desconocido fuera de Alemania. Aquí, constituye un importante símbolo en la historia alemana y es la fecha simbólica que sirve como un recordatorio del Holocausto en Alemania. Durante aquella noche de 1938 tuvo lugar una “explosión espontánea de cólera y rebelión” contra judíos alemanes. La razón fue el ataque a un miembro del personal de la embajada alemana en París. Alemanes destrozaron ventanas judías, saquearon sus tiendas, incendiaron casas judías y destruyeron casi todas las sinagogas existentes en Alemania. Noventa y una personas fueron asesinadas. El objetivo era expulsar a la población judía fuera del país y mostrar la determinación para conseguirlo. La expresión ‘Noche de los cristales rotos’ (Kristallnacht o Reichsprogromnacht) proviene de los reflejos de las llamas en el cristal roto, una denominación sorprendentemente poética para tal suceso sobrecogedor.

 Sin embargo, hay ciertos aspectos sobre la Noche de los rotos que no son muy característicos de la relación de Alemania con sus ciudadanos judíos. Los historiadores han revelado que los disturbios durante aquella noche no fueron en modo alguno espontáneos y no fueron realizados mayormente por ciudadanos comunes. El 85% de aquellos involucrados en la Noche de los cristales rotos eran miembros de las SA, una organización similar a las más conocidas SS y sólo unos pocas personas corrientes participaron en la convulsión. Estas cifras no resultan apenas sorprendentes, teniendo en cuenta que los alemanes eran ciudadanos “decentes” y “respetuosos”, eran educados y no tenían ninguna propensión a participar en tales actos violentos y bárbaros.

 Esto no supone que los alemanes fuesen particularmente amistosos respecto a sus compatriotas judíos. El lado opuesto es verídico dada la larga tradición del antisemitismo que, habiendo alcanzado nuevos hitos en el siglo XIX, culminó durante la tiranía nazi.

 Es fácil imaginar que la mayoría de los alemanes sentados en su salón esa noche se sintieron muy intranquilos por los incidentes más allá de sus ventanas, aunque sólo fuera por el miedo a que el fuego se extendiera a sus propias casas. No obstante, esta inseguridad no suscitó ninguna acción contra la tiranía nazi. Mucha gente se dio cuenta del terrible error cometido al elevar al poder a Hitler. Tras la humillación de la pérdida de la Primera Guerra Mundial, las repercusiones del Tratado de Versalles y la crisis económica global, era necesario un soberano ruidoso, orgulloso y exigente. Hitler era el hombre perfecto para el puesto. Era resuelto y estaba dispuesto a librarse de la odiosa democracia que había sido instaurada tras la Primera Guerra Mundial y que, en realidad, nunca funcionó. Muy pronto Alemania fue consciente que no sólo había elegido a un perro que ladraría y recuperaría parte de la dignidad y el respeto que a sus ojos Alemania merecía, sino a un pitbull loco que no tenía interés alguno en otra cosa que sus dementes visiones. 

 La Moralidad es un dios frágil y los fuertes y los prósperos no tienen que preocuparse al respecto. Mientras Alemania tuviera una racha buena, mientras la opción de una guerra a escala mundial fuese una de rápida victoria, mientras que las manifestaciones masivas bien coreografiadas estuviesen sedadas con símbolos sin sentido aún poderosos, no había necesidad de considerar las consecuencias o de contemplar la moral. Mientras existiese la posibilidad de ganar esta guerra, no era menester reconocer los objetivos de Hitler y muchos mantuvieron sus ojos firmemente cerrados, pretendiendo no ver o, mejor aún, no conocer las masacres. Aún, hoy en día, hay gente insistiendo que no sabían nada sobre los campos de concentración y los asesinatos en masa.  

 No sería necesario recordar tal acto si no hubiese tenido implicaciones para el presente o el futuro. Cuando “La lista de Schindler” de Spielberg fue estrenada, un artículo en The International Time Magazine  afirmaba que las reacciones en Alemania e Israel habían sido sorprendentemente similares. No estoy capacitado para juzgar y no pretendo realizar esta comparación, pero no me parece improbable. El Holocausto ha condicionado a Alemania en mayor grado que la Segunda Guerra Mundial. Inmediatamente tras la guerra, la gente no quería dedicar demasiado tiempo a pensar sobre los crímenes cometidos. Estaban ocupados reconstruyendo las ciudades bombardeadas y más bien se veían como víctimas de la guerra o de la tiranía de Hitler. Sólo en los años sesenta, cuando Alemania prosperaba de nuevo, la gente hizo frente a los doce años de terror y empezaron a preguntarse cómo pudo ocurrir que una cultura que antes había sido orgullosa y altamente sofisticada pudiese deslizarse hasta tales actos inhumanos. Así, la generación más joven de alemanes se enfrentó con la cuestión más profundamente que aquellos que la había presenciado.

 Cuando tenía nueve o diez años una serie americana de TV llegó a Alemania. “Holocausto” despertó mucha atención antes de su proyección. Incluso a los nueve años percibí rápidamente que las primeras partes no eran de la mejor calidad. Básicamente pensé que era un culebrón sobre una familia judía que vivía en la Alemania nazi. Sin embrago, esta idea cambió con el último episodio. El episodio final tenía ciertos cambios. Principalmente había secuencias en blanco y negro filmadas en los campos de la muerte.

 Estas imágenes mostraban esqueletos. Esqueletos andantes cubiertos con piel, por supuesto no eran seres humanos. Me preguntaba como estas “cosas” podían andar o estar de pie. Me confundía que estas criaturas hubiesen sido gente real una vez y no los monstruos “subhumanos” que eran en la película. Posteriormente aparecían montones de estos cuerpos con miembros descarnados aquí y allá.

 Había oído hablar de Auschwitz antes pero no había pasado mucho tiempo reflexionando y era incomprensible para mí. La visión de estas secuencias tuvo un gran impacto. Aparte de las pesadillas con esqueletos andantes persiguiéndome en mis sueños, me planteé unas cuestiones muy incómodas. Empecé a preguntarme qué papel habían tenido mis abuelos, a desear saber que habían hecho todas aquellas personas conocidas que habían vivido en aquel período. ¿Habían formado parte de ello? ¿Habían contribuido a ello? ¿Habían luchado contra los nazis? Empecé a preguntarme qué crimen terrible tenían que haber cometido esos judíos para despertar una reacción tan cruel. Me preguntaba como la gente podía convertir a otros en tales monstruos e incluso, peor aún, matarlos. En cierta forma debo admitir que pensaba que los montones de cuerpos muertos parecían más apropiados y reconfortantes que la gente aún viva.

 La respuesta a la pregunta de culpabilidad es simple. Mientras mis abuelos no habían tenido una participación activa en ninguno de los crímenes, mientras se burlaban de los necios gestos y ademanes de los nazis, del tonto del pueblo que alcanzó fama y poder nunca antes conocidos vistiendo el uniforme marrón y que insistía en el saludo hitleriano, mientras aún recordaban las imágenes algo románticas de la vuelta a casa de mi abuelo tras la cautividad británica el día de Navidad, andando bajo la lluvia y la nieve durante millas y millas para regresar con mi abuela a quien no había visto en años, eran, sin la más mínima duda, culpables como prácticamente todos los alemanes. Culpables porque no lucharon contra el sistema activamente, porque contribuyeron a él trabajando, proveyendo para él, y porque mi abuelo luchó por él contra Rusia (aunque no se alistó voluntario y tuvo la suerte y la felicidad de ser herido y volver a casa para luego caer preso de los británicos).

 Advertir que la paz de los alrededores en que uno vive es frágil y engañosa y que el barbarismo puede infiltrarse en una sociedad muy rápidamente es la lección primaria aprendida. Hoy en día Alemania está alerta cuando grupos de derecha llegan más allá de la barrera crucial del 5% en las elecciones y toda manifestación de derecha es contrarrestada con manifestaciones de sentido opuesto. La Alemania de hoy en día está condicionada y es consciente en alto grado de las atrocidades que ha causado.

 Puede ponerse en contacto con Thomas Greuel en greuel@geocities.com