Nuestro hombre en la Iglesia

Sterling McKennedy

 

Cristo en la Gloria 1873 El Vesiga por Burne-Jones
Santa María Virgen, Speldhurst, Kent, Inglaterra

 

El receptor

En el trabajo, he atendido por teléfono a personas que quieren que les interprete las escrituras. “No quiero molestar a los Padres, a lo mejor usted me puede ayudar. Mientras leía los Hechos, Capitulo 9,  me pregunté si…”, dicen. Les contesto que probablemente  yo no estoy calificado para responderles pero si quieren puedo hacer que un cura los llame cuando haya alguno disponible. Algunas personas llaman y suponen que soy sacerdote. Preguntan por los horarios de Misa, se los digo y contestan: “Gracias, Padre.” “De nada”, digo, y cuelgo; no es necesario corregirlos, sólo los haría pasar vergüenza. Mis llamadas favoritas son las de la gente que dice: “¿Me puede decir cómo se llega a su Iglesia?”, “Claro”, les digo con amabilidad y  esperan que les dé las indicaciones. Pasa un rato hasta que me veo forzado a preguntar: “¿Desde dónde va a venir usted?”. Esto ocurre más veces de las que te imaginas.

La secretaria de la parroquia se va de la oficina a las cuatro y media todas las tardes, y es mi trabajo sentarme en su lugar hasta las nueve, hora en la que cierro con llave la oficina, la iglesia y la escuela. Por un tiempo me resultó una tarea peculiar e inquietante el cerrar la escuela en donde pasé ocho años largos y uniformes. Era como si estuviese encerrando mis recuerdos ahí adentro, para que allí se quedaran cuando me fuese a casa. Aunque desde las complejas renovaciones, apenas si puedo moverme por el lugar, y estoy seguro de que ya no podría ubicar mis recuerdos incluso si necesitara hacerlo, lo cual hasta ahora no ha ocurrido.

Entre las cuatro y media y las nueve, transcurren cuatro horas y media en las que atiendo el teléfono, tomo mensajes, paso llamadas a los curas en la rectoría, saludo a quienes tienen cita, y los hago pasar cuando los Padres están listos. Además de esto, soy una especie de policía de tránsito, dirigiendo a la gente a sus diferentes reuniones: AA[1],ACA[2], RCIA[3], Organización de la Juventud Católica, Estudio de las Escrituras para Adultos, Caballeros de Colón, Legión de María, Niños Exploradores, Niñas Exploradoras, y Brownies[4] . Dirijo a sus destinos apropiados todas clases de crisis menores, crisis como las goteras del techo de la Iglesia, los juegos de llaves perdidos, y los reclamos de las compañías de seguro por autobuses que chocaron a otros vehículos. Un par de veces he tenido que cuidar, por un rato, a los niños cuyos padres llegaban tarde a buscarlos de la salida de las actividades extra escolares. Una vez cuidé a un niño de seis años que era de Colombia y que se quedaba parado tímidamente al lado mío, después de haber rechazado la silla que le había ofrecido. Me preguntó qué estaba leyendo; era Sartre o Camus, o algo tan ridículo para él como para mí en lo que haber estado interesados. Tenía un llavero con forma de pelota de fútbol y le pregunté si jugaba al fútbol, esto lo entusiasmó. Dijo que jugaba en Colombia, pero que había venido a los Estados Unidos con su mamá porque él tenía un tumor cerebral y necesitaba hacerse una operación. Me dijo con una fe espantosa que los médicos del John Hopkins eran los mejores médicos del mundo.

Aquí me gustaría poder contarte algo edificante, que le di confianza diciendo, “Sabes qué…, hace poco leí que los del John Hopkins son los mejores, y, de hecho, se especializan en cirugía cerebral”. La verdad es que no pude juntar fuerzas ni para tragar saliva. Debe haber estado acostumbrado a este tipo de reacción; y cambió de tema, sin duda para mi beneficio, y me preguntó alegremente en qué grado estaba. Cuando le dije que en quinto año, se quedó asombrado.

También se me presentan otras crisis. Muchas personas llegan a la oficina, desde la calle, con una terrible necesidad de dinero. “Acaban de desalojarme”, dicen, “y en el auto tengo a dos niños y nada de gasolina en el tanque”. O me dicen, “Acabo de dejar a mi esposo. Golpeaba a nuestra hijita así que la alcé y me fui. Tengo un lugar en donde quedarme a partir de mañana por la noche, pero esta noche no tengo adonde ir. Mañana puedo llegar a lo de mi hermana en Pennsylvania, pero no sé qué hacer esta noche.” Todos me cuentan sus historias, íntegras,  pero todo lo que puedo hacer es llamar a un cura. Por lo general los curas les dan algo, a menudo en la forma de un cheque  para un motel, aunque unas pocas ocasiones he visto a algún Padre sacar su billetera y vaciar el efectivo en las manos necesitadas. A veces no hay ningún cura dando vueltas, y la gente merodea por la oficina, esperando a que algo pase, reiterándome sus historias. “Y ya se está acercando la Navidad, y estoy con la soga al cuello”. Todos me miran con rostros cansados, esperando que ejerza algún poder que no tengo. Sólo soy el  recepcionista.

Como recepcionista, estoy constantemente recibiendo dilemas que están fuera de mi alcance. Las personas llegan puntuales a sus citas y descubren que el cura tuvo que salir de la ciudad de improviso, sin antes haber resuelto sus compromisos anteriores. “Pero se supone que nos casamos el sábado”, se quejan. “Tenemos planes pero no podemos hacer nada sin antes reunirnos con el sacerdote. “Lo lamento”, les digo, “pero… ¿qué puedo hacer yo?”. Nadie tiene ninguna sugerencia pero algo debe hacerse y yo soy el enlace obvio. Soy quien está sentado en el escritorio de la oficina con el teléfono frente a mí. Llaman del hospital: tienen allí a una feligresa en la unidad de terapia intensiva, no va a lograr pasar la noche  y quiere ver a un sacerdote. Cuando llamo a la rectoría, ningún cura contesta. Le digo a la enfermera que puedo darle el número de otra parroquia. “Pero ella pertenece a esa parroquia”, responde. “Lo siento”, digo, “no sé qué más hacer. “Está bien”, suspira la enfermera. No quiere enfrentarse a lo que viene. Sabe exactamente lo que significa que la hagan responsable por asuntos que están fuera de su control.

Aunque la verdad, el trabajo no es tan malo. La mayor parte del tiempo es muy tranquilo, lo suficientemente tranquilo como para dormir en el escritorio, lo que hago durante gran parte del tiempo. De lo contrario puedo hacer mi tarea o leer un libro o un periódico. Incluso hay cosas muy agradables. La mayoría de la gente que trabaja en la oficina es amigable, y los que trabajan en la oficina de la CDC[5] son  realmente simpáticos. La directora de la CDC es una mujer linda y tranquila que siempre pasa a saludarme. Alguien me dijo una vez que su prometido murió hace algunos años, mientras patinaban sobre hielo. Se  le nota en su mirada triste y paciente y se oye en su voz amable. Cuando ríe, llena a oficina de una cálida embriaguez. Sin embargo, las personas más agradables de la oficina son las del grupo de limpieza, una familia mejicana que atraviesa el lugar una vez por día, vaciando los tachos de basura y aspirando las alfombras frenéticamente. Madre y Padre no hablan mucho inglés, por lo menos no a mí, pero siempre me saludan con una sonrisa contagiosa y preguntan cómo estoy. A veces traen a la pequeña Carmen, que está en primer grado. Tiene la cara marrón y con forma de calabaza, enormes ojos marrones, y los pedacitos de unos dientes nuevos, todo prolijamente enmarcado por su lacio cabello negro. Habla inglés y español con el mismo asombro, y me pregunta si quiero un M&M; declino la oferta, agradeciéndole, pero se desilusiona y me veo forzado a aceptar. Me pregunta si puede usar un lápiz y un papel, con los que intenta escribir su nombre. Hasta ahora no pasó de la “r”. Me pregunta el resto, y le digo que lo pronuncie en voz alta, pero al final me rindo y le revelo la “m”, después la “e”, y por último la “n”.  Ella contempla la palabra escrita con escepticismo; parece que no luce como esperaba.

Es un trabajo de salario mínimo, sin dudas (he estado ahorrando para comprar un auto por casi un año ya) y a veces está plagado de inmundicia y crisis, pero de verdad no puedo decir que es un trabajo sin recompensas. A veces me pagan con un M&M, o con  una risa embriagadora, o con la fe condescendiente y serena de un niño de seis años. Volví a ver al niñito colombiano por segunda vez, a la semana siguiente, pero sólo lo vi pasar. Me saludó con la mano entusiasmado, esperando obviamente que lo recordara, y le devolví el saludo, haciendo mi mejor esfuerzo para asegurarle que me acordaba de él.



[1] Alcohólicos Anónimos

[2] Asociación Católica Estadounidense

[3] Rito de la Iniciación Cristiana en Adultos

[4] Literalmente, masita de chocolate y nueces; también se llama así a las Niñas Exploradoras

[5] Confraternidad de la Doctrina Cristiana

 

Sterling McKennedy suburbantourist@hotmail.com