El asesinato perfecto

por Yves Jaques

 

(Traducción: Mercedes Camps Herrero)

 

 Exactamente como una escena fallida. ¿Exactamente? Es una escena fallida: toda la cama llena de sangre y mierda, tu cabeza recostada en mi hombro. Tantas cosas que nunca comprendí: con razón nadie lo tocaría. Apenas conseguí un agente que lo aceptase. ¿Cuántos rechazos? Pero siempre seguí intentándolo. Tan inexperto entonces, ni podía llenar un cajón con notas de “no gracias pero que le jodan”. Y entonces ella lo tomó a cambio de unos honorarios, ¿cómo coño se llamaba? Algún don nadie independiente, Ann algo, ¿Ann Ma... ? A quién le importa. Me pregunto si alguna vez lo promovió. Probablemente no. Probablemente tenía la horrible costumbre de dar un rayo de esperanza a escritores fracasados. ¿Lo promovió siquiera? Mira esta escena, Dios, yo no lo hubiera hecho.

 Cojo la pistola de tus dedos, suaves y calientes tus dedos, aún caliente esta pistola. Dándole vueltas una y otra vez en mis manos, mierda, no sabía que era una magnum. Una y otra vez carmesí y trébol, me imaginaba un perfecto agujero pequeño en tu frente. Tú, Peter, tuviste que metértela en tu boca. Ese don para el drama, incluso al final, especialmente al final. Sujeto negro en una página blanca, limpio y aseado.

 ¿Dónde está mi cadáver limpio con su perfecto agujero pequeño, sus ojos de hombre muerto? Como en mi libro, sólo que se trata de mí con esa pinta de imbécil tras el sexo. Como en mi libro, mi personaje, deseo, deseo, deseo. Quiero sonreír, reírme de la muerte, reírme de ti, Pete, satisfacción. Quiero clavar la vista en la noche a través de la ventana, en la estantería, las plantas vigilando, verdes y quietas. Un pequeño agujero rojo en la cabeza. Una magnum. Dios, con razón tu cabeza parece tan ligera en mi hombro, la mitad desdibujando la línea entre el cabecero y la pared. La mitad revelando: mírame. ¿Dónde está el perfecto y limpio, el limpio y pelmazo, la panamericana cagada y ducha pre-suicidio? El limpio agujero pequeño, el rostro como si durmieras, como en mi libro enterrado. Tantas cosas que nunca comprendí. Soy una mierda. Soy una mierda. Soy un escritor de mierda. Joyce y Burroughs tras sus pasos, ¿cómo supieron? Toda aquella mierda derramándose, en la cama, en mí. No sabía que estuvieses tan lleno de mierda. La próxima vez mezcla veneno de acción lenta con laxantes. La próxima vez. Exacto. Dios, leo Ulíses, Joyce, Burroughs, ¿Dónde tenía la cabeza? Este es el lugar de las carreteras sin salida. Tal estropicio, Muerte, Muerte estilizada. No existe la Muerte estilizada, sólo sangre y mierda y sesos. Tú y la Muerte, incómodo delante del otro, ¿Queremos trocar sitios? Pensando. 

 Mira fijamente a la ventana, mira a los libros, quita la sangre de tus ojos, mira fijamente a las plantas verdes y quietas. Quietas. Verde y rojo y quietas. Azul del cuerpo y rojo de la sangre y verde vegetal mudo, frío y quieto. Quieto. Un disparo y después la quietud. La noche fuera y dentro. La luz dentro, pantalla de lámpara, una bombilla. “En la oscuridad no, en la oscuridad no”, dijiste.

 “¿Por qué?”, pregunté y entonces con un golpecito, “Vale, una luz”.

 Una bombilla rogando, cociéndose roja brillante a través de la mojada pantalla saturada. ¿Cómo era ese pequeño horno que promocionaban en la tele? La pequeña señorita nosequé o nosemás. Funcionaba con una bombilla de la luz. Impresionante, podías hornear pequeños pasteles en él. Jugar a mamás. Invitar a tus amigos a tomar madalenas. Jolín. Me pregunto si alguna niña deseó alguna vez meterse dentro.  Gretel quiere quedarse en el horno, mami.

 El teléfono. Coge el teléfono. Recuerda la secuencia. Una detonación. Una detonación, histeria, calma. Coge el teléfono, recuerda la secuencia. Llama. Sin aire. Justo entonces, tres números, en lados opuestos del teclado. Así no lo jodes, así no los llamas por error cuando únicamente quieres tender la mano para tocar a alguien. Alcanzar a la abuela en Des Moines, “Hola, contento de la hostia de oír tu voz, yo también te quiero, ha pasado tanto tiempo”. Llama a la abuela porque no puedes cruzar el teclado. Tender la mano para tocar a alguien. Una emergencia, llama a tu mejor amigo y llora al teléfono. La abuela ahogándose en el suelo, con el rostro azul. Tus  estúpidos dedos no pueden salvar la distancia a través del teclado, el Salto de la Fe – yo Creo, yo Creo, yo Creo, yo Creo, yo Creo. El motorcillo que pudo. Creencia y Fe. Golpear en el Nueve, llegar hasta el Uno, tal vez lo consigamos, tal vez no, tal vez llamemos a Mabel; Fe.  Balbuceamos sobre la Muerte al teléfono, Mabel cuelga y llama al Teléfono de Crisis, “Mi amigo está pensando en cometer suicidio”. La ambulancia permanece aparcada. Los enfermeros chupan pastillas y toman café. Pensamiento, sentimiento, acción, Muerte congelada en el teclado. Mi mamá: Dos Dos Seis – Cuatro Tres Ocho Tres. No es un gran salto. Los Doses encima del mismo, el Seis un salto corto. Lo conseguiste. El teclado dice “Hola”. No necesitas nada de fe para ése. 

 Pero no quiero llamar a mi mamá, ella también está muerta. Hace dos años. ¿Quién vive allí ahora? ¿Es el mismo número? Si lo marcase, ¿sonaría en la misma casa o en otro lugar? El número pertenece a esa casa. Podría llamar, sería un extraño. Podría soltarlo todo, “Mire, lo he matado, está muerto. Dígame qué hacer. No, en realidad se mató a sí mismo, está muerto. Bueno, de verdad se mató, yo miré. Dígame qué hacer”.  No podrían llamar al Teléfono de Emergencias. No saben quien soy. Sin sentido. Muerte estilizada. Cine. TV. Mi libro. El teléfono. Descuelga el teléfono, como en el libro. Recuerda la secuencia. Mira por la ventana, mira fijamente a las plantas, lee los títulos saltando de la estantería. Eres un personaje en un libro. Sigue el argumento.

 Haz la llamada. ¿Qué dice? “Mire a Pete, tiene que venir a verlo. No se moleste en traer a los médicos. Deje que chupen sus pastillas y tomen café: traiga un coche fúnebre. Uno negro de estilo antiguo, como una ranchera hinchada con un montonazo de cromados, y quiero un conductor alto y delgado en un gabán. Asegúrese que tenga las muñecas finas”. No me traiga un equipo de médicos con rostros coloradotes entrando violentamente en nuestra habitación con cajas de equipamiento. “Mire, sus sesos están por toda la pared, no se necesitan salvadores”. Les diré, “No se molesten con los médicos, déjelos que chupen sus pastillas, dígales que tomen otra taza de café a mi cargo, lo dice Joe DiMaggio, no se preocupe del agobiante Juan Valdés, le voy a enviar un cheque personalmente, Apdo. de Correos Colombia. Estoy cerrando el sobre mientras sujeto el auricular. En serio.”   

 Traiga el coche fúnebre, el pez globo, trágueselo, llévelo fuera, bájelo, acójalo. Simplemente traiga al pálido director de pompas fúnebres y la tumba, Quincy. Calma, seriedad. Sin médicos estallando, empujando, pompeando. Necesito a alguien que entienda la esencia del amor; alguien que sepa que el óxido huele como la sangre, que el acero, cromado o engrasado, es el heraldo de la esterilidad. Sólo aquellos callados, el director de pompas fúnebres con su traje chaqueta negro que permanece de pie al lado de la estantería, con la mirada perdida en el vacío. Quincy se inclina sobre la cama fijando un gordo globo ocular en mi quietud supina, fijando el otro en ti, Pete, y con una mano enguantada levanta tu otro párpado. Quincy fija su mirada en mí, hace un gesto vago en el aire, curvando sus dedos, y dice: “Está muerto”. Yo pienso, no jodas, Quincy, pero únicamente imito su porte y asiento dos veces, arriba abajo arriba abajo, la cabeza en el mentón, muy tranquilo, muy serio.

 Es una señal. El director también hace una señal con su mano, silenciosa complicidad, mientras dos esbirros Neardentales emergen de las sombras y te sacan en una tabla lacada en negro. Todo en blanco y negro, la Muerte da unos golpes suaves en la puerta entreabierta, entra vestida con un traje magníficamente raído, deja su tarjeta de visita en la estantería y sigue a las figuras que arrastran los pies. Fin de la escena.

 No vale. Muerte estilizada. La muerte es sangre y mierda y sesos. Dios, pero la sangre huele como el óxido. Mi remolque de juguete oxidándose en la lluvia. Y me quedo con mis pensamientos. Sólo con mis pensamientos. Sólo. Hace cinco minutos, Pete, clavaste tu lengua en mi garganta y me besaste tan duramente que me hizo daño, mis dientes clavándose en mis labios, tus incisivos haciéndome sangre en las encías. “Te quiero”, gemiste.

 Yo también dije que te quería.

 Exactamente como en mi libro. Yo soy ella. Ella es yo. Dijo que lo quería. Pero tú no eres él. Pete, la jodiste. El libro dice: “Se pegó un tiro limpio, un pequeño agujero rojo en su frente, la bala sepultada en alguna parte de su cerebro”. El agujero en tu cabeza se parece a una nueva boca babeante, como un ano lubrificado, por supuesto podía llamar a una ambulancia, sus sesos aún estaban en su cabeza. No, se me escapó. Una magnum, en la boca, la boca de la pistola contra el paladar. Hocico[1]. Te hace pensar en “perro”, perro grande, una gran cosa peluda, o un aseado pastor alemán, metiendo su húmedo hocico en tu mano, frotando sus encías y dientes contra tus dedos. Brincando, saltando. La pistola acaba de dispararse. Sin brincar. ¿Una bala en la cabeza? Me lo perdí. Estará probablemente en alguna parte del patio trasero, desde el cilindro hasta el cañón, a través de la pistola, tu boca cabeza cráneo cuero cabelludo pared. “Gatillo”, ¿no era ése un perro que salía en un programa de la tele? Había una niña diciendo “¡Ven aquí, Gatillo!”. Suena tan inocente. Bang, bang. Dispara, dispara. ¿Qué era ese perro, algún tipo de arma? ¿La palabra “ir”? ¿O se trataba de algún otro animal? Mierda, no consigo recordar. Flipper era un delfín, Lassie un perro, Asta un perro, el único perro que me ha gustado alguna vez. Estaba Ed el caballo. ¿Podía hablar? No estoy seguro. Creo que sí. Tú lo sabrías, Pete. Cabrón. Ahora estás muerto. Ahora he sido vengado. Como en el libro, mismo método, diferentes razones.

 Ahora espero a la muerte. Pero tú moriste primero. Te miré morir. Yo te maté. Te mataste a ti mismo. Ahora ya sólo puedo mirarme mientras muero. Al menos conseguiste una audiencia, presumido hijo de perra. ¿Te acuerdas de Mikey, el chico de los vecinos de al lado?, Me dijo: “Si comes pepinillos morirás, con el tiempo”. Pero Pete, qué mentiroso. Tú, el mentiroso adorable. Mentiroso y amante. “No lo sabía, Joe, de verdad”, dijiste. Mentira podrida. Pero sin confesiones. Resististe hasta el fin. Dios sabe que quería sacártela, la verdad. La conocía, conozco la verdad, ¿Para qué conseguir que lo dijeses? Creencia y fe. Tenía fe en tu engaño. No se trataba de una dura verdad como Moisés bajando de la Montaña, mirando a su rebaño. Simplemente se trataba de saber visceralmente.   

 Ojo por ojo. Diente por diente.

 Eso tenía todo el sentido. Y aún lo tiene. Encontrar mi Gideón robado, perdido en medio de manuscritos rechazados. ¿Por qué estaba allí abajo? ¿Qué estaba buscando? Bueno, lo encontré. Dios, todas esas estúpidas pegatinas que se podían ver pegadas en los parachoques de Pinto y Gremlin, de cualquier coche, “¡Lo encontré!”. Dilo a gritos, “¡Estoy limpio!, ¡Estoy salvado!”, jodidos perdedores. No hay ningún Salvador, sólo está la Ley. Los Mandamientos. Haz lo que se te dice. La Biblia metida entre dos de mis novelas basura, misterios de asesinatos llenos de agujeros abiertos y ningún suspense. Aunque también estaba aquel Gideón. Atrincherándose en algún lugar cerca del Levítico, golpeando después el Nuevo Testamento y al final todo hecho pedazos, Mierda, esos libros están mal colocados. ¿Poner la otra mejilla? ¿Quién fue Jesucristo? Virgen. Masturbador de armario. El Hippie original. Nunca lo entendí. ¿Cristo? Estaría aquí acostado intentando devolverte a la vida, Pete. El Nuevo Testamento, qué placer desgarrarlo y tirarlo junto a estas historias rechazadas. Ahí es donde pertenece, en el montón de la chatarra de mala ficción. 

 Ojo por ojo. Diente por diente.

 Estudiar, estudiar, aprender, estudiar. Cada vez más difícil, como mi recién descubierto Dios. Ésta es la Palabra, la recibes, la devuelves, jodes por encima de Dios y él sobre ti. Equilibrio; venganza. En la bodega de nuevo buscando el índice de Gideón al final del Nuevo Testamento, “Sobre la Fe”, “Sobre el Amor”, “Sobre el Matrimonio”, “Sobre la Venganza”, avanzando, todo coincidiendo a la perfección, ese índice sobre “El asesinato perfecto”. Lo había olvidado totalmente. Otra historia rechazada más. Pensando: no es una coincidencia, esto es sincronización. Cálculo cósmico.

 Alineación. Pero sabía tan poco. Idiota. Oh, pero parecía tan bueno sobre el papel. Debería haber confiado en mi agente. Puta Srta. sin nombre. Un montón de mierda. Mierda en las sábanas, eso era mierda en el papel. Qué poco sabía. Una Muerte estilizada. Venganza limpia y perfecta. La Muerte no es estilizada. La Muerte es sangre y mierda y sesos en la pared desdibujando el cabecero. Dejando escapar: “Estoy muerto, estoy muerto, estoy muerto... ”.

 Ahí está el teclado mirándome. Doce teclitas. Diez números. No, nueve números. El cero no es un número. ¿No son los Británicos quienes utilizan la palabra “nada” para designar al Cero?. Acorazado. Cero, nulo, inválido, nada. No-cosa. Números. El alfabeto. Los canadienses dicen seta en lugar de zeta[2]. Nada como Dada.  Dada, si una idea funciona es obsoleta. Pete, estás obsoleto. Cero, inválido, nada, no-cosa. Tengo no-cosa. Únicamente la Muerte en un traje barato, algún día. Espera, déjame vestirte adecuadamente. La Muerte es una idea que funciona. Dada, la Muerte está obsoleta. Pete, estás obsoleto. Así que no tengo nada. Antes te tenía a ti, y tenía venganza. ¿Dónde está mi índice? El Buen Libro no dice sobre qué hay que hacer con la venganza, qué hay que hacer tras haber sido vengado. ¿Qué tienes?, ¿Su mujer?, ¿Su hija?, ¿Joder con sus ovejas?. Los hombres son hombres y las ovejas tienen miedo. Joder. ¿Qué tienes?, ¿Sus huevos?, ¿La última chupada?, ¿Sus sesos en la pared?. Nada. No-cosa. Sólo el olor del hierro oxidado. Mi remolque de juguete está bajo la lluvia. ¿Qué vale un ser humano en términos de minerales?: ¿Algo como diecisiete centavos?, tras el ajuste a la inflación tal vez un cuarto de dólar. Tal vez. Y esos dos pequeños símbolos, una estrella o un asterisco, y el símbolo del cuadradillo. ¿Qué pasa si los pulsas? Soy demasiado viejo. Demasiado viejo con exceso. Cuando era un niño no existían, únicamente el disco y los diez, no, nueve números y el Cero y abc, def, ghi, jkl, mno, prs, tuv, wxy. ¿Por qué no había una “q”? ¿Por qué no una “z”?. El Cero sólo. Al menos esto es igual. ¿Recuerdas cómo alcanzar el cero? Arrastrando todo el disco al máximo, esa distancia: sentías que era para algo más que un número. No es un número, el Cero. Los Árabes inventaron el Cero. El desierto tal vez. El Cero original. El Primer Cero. Su Cero es una puntada, un punto. Un punto existe, es una singularidad. No ocupa espacio. Nuestro Cero parece querer retener algo dentro de sí mismo. Nuestro Cero es una mujer. Nuestro Cero parece un símbolo de fertilidad. Quiero un Cero árabe, negro, duro y compacto. Pero estos símbolos. Soy viejo. No sé que hacer con ellos. ¿Qué ocurre cuando los pulsas? Y Pete se está enfriando y el teclado está mirando, esperando. No cómo en mi libro, escrito en días alternos. Qué poco sabía.

 A ti, Pete, el teclado no te hubiera detenido. Habrías dicho: “¿Qué narices quieres decir con que es difícil marcar tres numeritos?” Acción, eras el hombre de acción. Mi superhombre. Eras el primero en coger el teléfono cuando sonaba, el primero en la puerta, el primero en dispararte. La Puerta. Los Doors. “Éste es el fin, mi único amigo, el fin”. La puerta de la Muerte. Siempre parecía que Jim sólo estaba jodiendo la marrana cuando escribió ese tipo de basura. Creo que no. ¿Sabías que serías el primero y último, Pete? ¿Querías que yo te mirase mientras lo hacías? ¿Necesitabas una audiencia? ¿No querías mis ojos muertos mirando al vacío? Boquiabierto mientras tú examinabas la pistola y pensabas en las leyes de la mecánica: ¿Cómo poner la boca contra tu paladar y cómo poner tu dedo gordo entre la anilla y el gatillo?  El hombre de acción estudiando la acción. ¿Sabías lo malo, triste, loco que parecería, sangre, mierda, sesos?

 Cogerías el teléfono y marcarías con una carcajada en tu rostro: “¿Tan fácil, lo ves?” Tres números. Nueve Uno Uno. Tal y cómo dijiste, “S-I-D-A, eso es lo que tengo y lo que probablemente tú tengas también”. 

 Y lo tenía. “Y yo te lo di”, dijiste. Y tenías razón, y yo no podía decir: “Lo sé”. Todas estas palabras surgiendo, subiendo, saliendo precipitadamente de tu boca, da da da. El hombre de acción. Mi superhombre. Sin problemas. Ningún teclado que cruzar. La distancia era precisamente eso para ti. Algo que cruzar. Cruzado y hecho. No me gusta cruzar y no me gusta hacer. Do do do. Da da da. He aquí porque es fácil para mí no hacer lo que hiciste. Porque nunca lo planee de todas formas. Y me es más fácil no ‘hacer’. Sólo quería matarte. Únicamente representaba mi papel, no hacer, actuar. Y ahora estás muerto. Lo hice. Venganza. Pero lo hice demasiado bien. El hedor de óxido en el aire.

 La pistola es un gustazo, energía kinética dormida en el tambor. Quiero hablarte sobre lo bien que se siente uno, pero estás muerto. Ahora tengo que esperar a caer enfermo y morir. Sin ti. Mi razonamiento era bueno. Es bueno. Estoy casi convencido, deberíamos morir mientras aún tenemos buena salud. Un viaje: lo hicimos, las palmeras balanceándose en el aire, tus pezones rojos, cubiertos con grava. “Túmbate ahí, déjame sentirme otra vez”, no dejabas de decir. Era como en esa película “En la playa”, todo el mundo esperando que cayese la bomba. ¿No es esa la verdad? Como un lanzamiento de bomba. Tenía que ser tan varonil. Para ti sin pastillas. “Los suicidios tienen el más alto ratio de éxito con pistolas”, decías, “Lo he oído en NPR”. Sí, pero desde luego que no te fuiste con estilo. Tenías un aspecto horroroso. Tus grandes sesos preciosos por toda la pared, tu corte de pelo de tres días hecho unos zorros. “Deberíamos estar de miedo en nuestros ataúdes”, sonreíste, tras pedir la cita con Michael.  ¿Qué dirá cuando se lo comunique? Suicidio. “Oh, Joe, eso es terrible”, gemirá y yo seré valeroso y diré “Sí, lo sé, destrozó completamente el gran corte que le hiciste”. Sin vacilar.

 ¿Por qué no una sobredosis, Pete? “Es para mujeres mayores”, bromeaste, “Para los encamados, para aquellos con cáncer de próstata”. Ojalá pudiese eliminarte de mi cama. ¿Leíste demasiado Hemingway? Pero no, nunca leías. Hubieses dicho, ¿Quién, Mariel? Mariel Hemingway con sus tetas con implantes de silicona. Acostumbrábamos a reír pensando en las posibilidades: ¿No empiezan a hincharse en mitad de los viajes en avión? A veinte mil pies de altura y su pecho montañoso se desploma. Tetas, solíamos reírnos de ellas. “¿Nunca has recordado cuando chupabas una?” “No, hace demasiado tiempo. No podía ni limpiarme mi propio culo. Sé lo que me gusta chupar”. Alargando la mano hacia mi entrepierna. Hasta que al final casi no podíamos joder, me recuerda a la muerte ahora. Cero, inválido, nada. Ahora casi ni puedo empinarla con el limpio meneo. Oh, disculpe mi erección, tú desde luego que tenías una cuando te cagaste en la cama. Si fuera un necrófago te hubiese cubierto. ¿Te acuerdas de la historia sobre el director de pompas fúnebres que le pidió a su recién estrenado esposo que se remojase en un baño de agua fría antes de que jodiesen? Y ahora tu estarás enfriándote y hueles y el hombrecito tiene un pilón de Hollywood de todas maneras. Medio empalmado, eso sí es muerte. Muerte. Muerte. ¿Dónde está el tío vestido con la hoz? Tirado en el patio de atrás aturdido por una bala perdida de una magnum cuidadosamente apuntada.  

 Te estás enfriando, Pete. Esto significa que llevas un rato muerto. ¿A todo esto, qué hora es?. Pero nunca quisiste un reloj en la habitación. Y siempre me despertabas cuando era hora de levantarse. Voy a tener que comprarme un despertador. ¿Me pregunto si aún puedes un conseguir un reloj digital original?. Esos que hacen un pequeño ruidito como de movimiento decreciente cada minuto. Tan tranquilizador. Sin tictac, sólo movimiento tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, un minuto. Con grandes números fosforescentes, tipo Helvética grueso. Caja naranja bulbosa. Te estás enfriando. Te volverás azulado, yo estaré aún aquí en la cama. Verde, rojo, azul, negro, frío. Tengo que hacer la llamada. Como en mi relato, no puedes esperar demasiado, sería sospechoso. Tal vez piensen que lo he hecho yo. “Asesinato marica”, clamará el titular. Bueno, o eso o “Suicidio marica“. Aunque la pistola tiene mis huellas dactilares. He estado acariciándola. Tan excitante, una magnum. Como dice Giorno: “Tres toneladas tras el tambor, mi mano quiere cogerla”. Pero, por supuesto, como en mi historia no hay testigos. Eres tan grande, soy tan pequeño, sin indicios de lucha, la puntería y la trayectoria del tiro tan perfecta: todas las marcas de un suicidio, francamente. Lo que fue, verdaderamente. Tal vez debería intentar pretender que yo lo hice. Apenas tiene importancia. 

 De verdad, Pete, es el tipo de relato con el que disfrutarías, algo que veríamos en la tele entrada la noche. El rollo de la mala ficción. El rollo que nunca puede pasar en realidad. Ojalá estuvieses aquí para saborearlo. Pero estás muerto, amado. Hombre convence a amante que deberían cometer un doble suicidio porque la vida va a convertirse en algo horrible. Hombre quiere a amante muerto por algún deseo  vengativo y luego mira como él o ella se mata, el asesinato perfecto. Te hubiese encantado, de veras. Estaríamos tirados en la cama riéndonos de la inverosimilitud del relato, desechándolo por trillado y sensiblero. Pero estás muerto y no puedes disfrutar del chiste. Te ha tocado, idiota. Ha sido tan jodidamente fácil. ¿Encontraste mi manuscrito?. Encendí el fuego en uno de las chimeneas del salón con él, sonriendo mientras el papel se retorcía por el calor da da da da da, cuando una idea funciona es obsoleta, nadie publicó mi idea nunca da da da, no es obsoleta.   

 Pero ahora el relato debe continuar. Mierda, estás casi frío. Van a preguntarme porque tardé tanto. Si estuviese aquí, en mi lugar, hablarías con ellos en tu suave estilo panamericano. ¿Por qué no estás aquí?. Cabrón. Me has dejado para que me marchite y muera solo. Tal vez tenía razón. Tal vez deberíamos morir mientras aún tenemos buena salud. ¿Y cómo va?, dondequiera que estés. Soleado y luminoso con verdes campos y pequeñas casas de rancho, los leones jugando cariñosamente con los corderos mientras tú estás de picnic con nuestros amigos muertos, ¿recuerdas las imágenes en los panfletos mormones? ¿Las imágenes del Reino de Dios? ¿Debería seguirte? No puedes volver a mí. ¿Recuerdas cuando invitamos a pasar a esas dulces señoras mormonas para charlar con nosotros? Se sentaron tan inocentemente en nuestro sofá de cuero. El sofá sobre el que te gustaba hacer chistes, “Siempre tenía que agarrar el culo”. ¿Te acuerdas cómo mientras ellas nos resumían el Armagedón venidero tu me metías mano en el paquete? Hacían cómo si no se percatasen, saliendo a toda prisa por la puerta principal dejando atrás una ráfaga de panfletos, y yo a punto de correrme en mis pantalones. Tus manos. 

 Veo un tinte azulado en tus manos. Ahora es como en la historia, miraré por la ventana, miraré a los libros, miraré fijamente a las verdes plantas silenciosas, llamaré a emergencias. El teléfono está en mi regazo, tu hedor es abrumador. Estoy haciéndolo, aunque sólo sea para sacar tu apestosa persona de aquí, un Nueve y un Uno y un Uno. “Si, hola... ¿Mi dirección? Tres Veinticinco, Castaño Norte... ¿El problema? Mi amante se ha volado la cabeza con una pistola de gran potencia... Sí, hace cosa de media hora... ¿Van a enviar una ambulancia? No, no creo que sea necesario. Está muerto, sus sesos están por toda la pared. Apesta a óxido y a mierda aquí. Simplemente envíe un coche fúnebre, envíe... ¿Qué?. La ambulancia está de camino. Mire, no es... ¿Qué quiere decir con que usted es una operadora de emergencias y no tiene tiempo de charlar? ¡No se ponga fresca conmigo, zorra!, le he dicho que está muerto”. Tono de marcar, me ha colgado. De cojones, los hombres de la pastilla y sus hermanos de café estarán aquí en unos minutos. Esto va a parecer muy bueno. Sangre y mierda y yo con tu cabeza sin sesos apoyada en mi hombro. Material de una tarjeta Hallmark. Sólo he llamado para decirte que te quiero.

 Pete, tu hubieses sido capaz de dominarla. Nueve Uno Uno, habrías marcado rápidamente, libre de mis idiotas dudas. Como en mi libro... como en mi libro. Dios, no puedo creerlo. ¿Puede ser verdad? Lo es. Es obvio. Eres ella. No yo. Seguro. Eres fuerte, yo no. Soy un completo y total idiota. Me escribí en el papel del suicida. Por supuesto. Joder. Es natural. Debería haberlo imaginado. Tanto que no entendía. Tú eres yo. Yo soy tú. Debería estar muerto. ¿Cómo pude escribir el relato sin percatarme de quien aparecía? Escribe lo que conozcas. Un autor siempre se escribe en su historia. Es normal. ¿Acaso nunca me miré? Maldita sea. Una mirada le bastaría a un desconocido para saber cual era mi personaje: el estúpido suicida. No puedo representar este papel. No lo escribí para mí. O sea que he estado yendo mal todo el rato, recordando viejas historias de mierda, preocupándome sobre el teclado. Claro. No es ninguna sorpresa que mis libros sean un fracaso. No sabía ni desde que punto de vista estaba escribiéndolas. Oh, Joe el Vengativo. Oh, Joe el ingenioso maquinador. Joe el idiota. Pete, ¿Me oyes? Deberías estar vivo con una perfecta pena fingida mientas los enfermeros se inclinan sobre las sábanas ensangrentadas, mis sesos por toda la pared.  

 Dios, soy un idiota. Hora de refundir el texto. Mierda, las sirenas están ululando: deben estar viniendo por la Diecinueve. Hora de refundir. Aquí llegan los hombres de la pastilla y sus hermanos de café, sus hermanas enfermeras. No soy Pete, no soy capaz de enfrentarme a ellos. Hora de refundir. Pete déjame que con mis palabras te devuelva a la vida. Tomaré tu cuerpo destrozado, tú puedes acurrucarte en la cama donde puedes fingir una perfecta pena. Te llevarán a algún sitio blanco y tranquilo donde podrás descansar. Puedes lamentarte con amigos y familiares, ir a cortarte el pelo de nuevo, llorar con tu peluquero. Mierda, no puedo hacer esto. No puedo encararme con ellos. No puedo acurrucarme de pena, más bien estaría “rígido de terror”, perfecto terror real. Mierda, las sirenas están llamando calle abajo. No quiero oírlas. No quiero que se me lleven con mi perfecto terror real. Ni necesitarán una camilla. Me llevarán como a una tabla. Las sirenas. Me ataré al mástil como Ulíses. Conduciré mi barco tras ellos. Dios, parece que están aparcando fuera. Coño. No hay tiempo de refundir el texto. No puedo cambiar esto de todas formas, no puedo echarme atrás. Puedo llevarlo adelante. Sí, puedo llevarlo adelante: cambio de final. No, no cambiarlo. Representar mi relato como te lo conté, Pete, eso puedo hacerlo. He estado representando esta historia durante meses. Puedo hacer el papel de ese personaje. Se parece más a mí. Es un relato mejor. No tengo que volver a escribir.  No hay tiempo para otro final. No hay tiempo para volver a escribirlo. ¿Cuál sería de todas maneras?

 Están aporreando la puerta. Dios, deben llevar una mirada resuelta en sus rostros. Todos preparados para ser buenos. Para ser espléndidos samaritanos. Salvar cualquier cosa que pueda ser salvada, animal, vegetal o mineral. Qué política. Excepto a los minerales, entierran o queman. Sin miedo de despertarse lisiado en una habitación blanca, los brazos sujetos con correas, tal vez sin brazos que atar. El tren les arrolló, algo. Tengo que convertirme en mineral. “La paz mineral” de Burroughs. Va a  ser tal y como te dije, Pete. Nos veremos al otro lado, tal vez. Tal vez, sólo la tierra fría, fría. Eso estaría mejor. No tendría que enfrentarme a ti, tal vez a un tú con conocimiento. ¿Me lo echarías en cara, Pete? ¿Durante la Eternidad? No, no lo harías. Tus enfados eran como un puñado de bengalas, zas, ira cegadora y después desaparecía, brillando roja por un momento y después estabas en mis brazos. Te sentiré pronto, Pete. En mis brazos. Dios, te quiero, Pete. Nos tumbaremos juntos, en la playa. Como en el relato que te conté. Sin tierra fría, fría. Calor y luz.

 Están tirando la puerta con hachas. Esa fuerte puerta vieja que hiciste que te comprara. Roble. Casi puedo ver la locura en sus caras rubicundas mientras cortan la madera y chupan pastillas. El Jefe está detrás con su café, o probablemente en la cama como yo. No como yo por mucho tiempo. Animal, vegetal, mineral. Lo haré como tú, Pete.  Mierda, funcionó para ti. Y a mí qué me importa el desastre. A otro le va a tocar limpiarlo. Es francamente una pistola pesada, tiene un sabor metálico. El acero, cromado o engrasado, es el heraldo de la esterilidad. El sabor a metal es la última percepción sensitiva, como una Pepsi caliente en una lata de aluminio.

 ¿Dónde la colocaste? Dijiste: “Apunta hacia la parte superior de tu cabeza”. Piensa en hacer un agujero para permitir que entren los rayos del sol. Dijiste: “Es fácil, millones lo han probado y les ha gustado”. Deber haber sido así, porque cuando no funcionó probaron otra vez. Me gusta tu filosofía simple. Dijiste: ”Será precioso”.

 Yo dije: “Es antiguo. Es honorable. Hasta los Griegos antiguos opinaban así. Tienes razón, Pete, será precioso”. Intentando acentuar las sílabas de “precioso”, para transmitir honestidad, emoción. Ninguno de nosotros se atreve a decir la palabra, la gran ‘M’. Yo queriendo un manual de uso, como si fuese difícil saltarse la cabeza con una magnum 357.

 Dijiste: “Aguanta el gatillo con tu dedo gordo, así”. Dijiste: “Es fácil, tan fácil como disparar a otra persona. Sólo es un instrumento. Millones lo han probado. Probado y conseguido. Es fácil.”

 Dije: “Sí, Pete”.

 Me parece que estabas en lo cierto. Eres uno entre los millones. Fue fácil. Será fácil. Tenías razón, mi dedo gordo encaja perfectamente en el gatillo.

 Dijiste: “Entonces cierra los ojos, y escucha al Mundo por la última vez”. Lo haré, Pete. Lo hago. Oigo a los enfermeros en la casa. Siento la sangre entrando precipitadamente en mis oídos. Oigo lo callado que está todo si ignoras a las sirenas. Oigo a mi Madre llamándome. Oigo a Moisha maullando. Oh, ¿Quién se encargará de ella?. Oigo el arremolinado estruendo de tu disparo de la pistola desvaneciéndose. Huelo a óxido. Siento el cromado. Ya casi está. Tengo Fe. Tengo Fe, Fe. Estoy apretando el gatillo lentamente, Pete.

 ¿Puedes decirme, donde está el punto de partido en el arco? Oigo un pequeño y triste cuarteto con una rima penosa. ¿De quién era? Lo sabrás cuando te lo pregunte. Todo lo que recuerdo es este trocito:

 Puse en mi ojo el rifle,

sin nunca parar a pensar porqué,

entonces lo vi todo negro,

y mi rostro esparcido en el cielo...

  

 Puede ponerse en contacto con Yves Jaques en yjaques@tiscalinet.it



[1] Juego de palabras. En inglés muzzle significa boca de pistola y también hocico.

[2] Juego de palabras. En el original zed y zee hacen referencia a diferentes pronunciaciones de la letra z en inglés.